Palabras de un Sacerdote a las señoras de los militares presos



                                                                                 
Muy estimadas señoras de los militares prisioneros políticos:


Si septiembre es el mes de la Patria, lo es sobre todo por el bendito 11 de septiembre de 1973, día para siempre memorable, en el que vuestros maridos, cumpliendo fielmente el juramento que hicieran por Dios y por la Bandera, combatieron y derrotaron a la Bestia Roja Marxista. 

El hecho de que vuestros esposos hayan formado parte de las Fuerzas Armadas chilenas en el momento en que éstas inflingían un golpe tremendo a las fuerzas del mal, les ha hecho acreedores del odio inexorable del infierno, pero también -y aquí debe estar vuestro mayor consuelo- de un amor de predilección de Dios, que no abandonará jamás a los que fueron sus instrumentos fieles, los aguerridos soldados que le dieron una victoria brillante en la guerra terrible entre los hijos de la Luz y los hijos de la oscuridad en que consiste la historia. 


Si los chilenos no retribuyen más que con ingratitud a los veteranos del 73, si los cobardes y oportunistas que nos gobiernan vuelven, en vuestros maridos, a condenar a Cristo y a liberar a Barrabás; si la izquierda diabólica los quiere para siempre olvidados, aborrecidos de todos y destruidos; nosotros, por el contrario, los que con el auxilio de la divina gracia no hemos cedido en los principios y aún combatimos por Cristo y por la Patria, querríamos pedir a Dios que nos concediera la gracia de morir antes de cometer la deslealtad, el deshonor, la vileza, la traición, la indignidad de bajar las manos y dejar de luchar por la libertad de los libertadores de Chile.

La Cruz de la inmensa injusticia que cargan los nobles hombros de vuestros maridos los lleve, por la paciencia y la conversión profunda, hasta la libertad eterna del Cielo. El Calvario de inmenso dolor por el injusto encarcelamiento de vuestros esposos os conduzca también a vosotras, muy queridas señoras crucificadas, a aquél lugar donde nada ni nadie podrá jamás, por toda la eternidad, quitaros de nuevo a vuestros hombres amados.

En esta hora oscura en la que los poderes del mal se despliegan soberbia y audazmente sobre la Patria y el mundo; en que la confusión, la mentira, la venganza y el odio implacable parecen triunfar; sepamos recurrir a aquélla que es poderosa y temible como un ejército en orden de batalla; a la que es nuestra Madre poderosísima. A la santísima Virgen María, cuyo Corazón padeció sufrimientos indescriptibles y casi infinitos al pie de la Cruz en la que su divino Hijo moría para salvarnos, después de haber sido sometido a un juicio inicuo e injustamente condenado. Mediante el rezo del Santo Rosario, acojámonos siempre bajo el amparo de la que aplasta la cabeza del demonio y aniquila todo poder infernal.

“En el mundo encontraréis sufrimientos, pero ¡ánimo!, Yo he vencido al mundo” (Nuestro Señor).

Ánimo: “Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados, que Yo os aliviaré” (Nuestro Señor).

Ánimo: “Todo lo puedo e Aquél que me hace fuerte” (San Pablo).

Ánimo: “Los sufrimientos del presente nada son en comparación con la gloria que va a  manifestarse en nosotros” (San Pablo).

Ánimo: “Porque esta tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez mayor y eterno peso de gloria” (San Pablo).

Ánimo: “Al final mi Corazón Inmaculado triunfará” (N. Señora de Fátima).

Siempre junto a ustedes en el sufrimiento y en la oración, las saluda muy afectuosamente, etc.



                                          
                                                            2 de septiembre de 2010