Testimonio de los demonios acerca de la Virgen y el Rosario





"Nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará"

Lo que van a leer a continuación, se encuentra en el libro “El Secreto Admirable del Santo Rosario”, de San Luis María Grignon de Montfort:


La Santísima Virgen reveló que es señal probable de condenación tener negligencia, tibieza y aversión al Avemaría; y que los que sienten devoción a esta oración poseen una gran señal de predestinación. [Como sabemos, El Rosario es una serie de 153 Avemarías, más 16 Padrenuestros y Glorias. Es una repetición de Avemarías].
Todos los herejes, que son hijos del diablo, y que llevan las señales evidentes de la condenación, tienen horror al Avemaría; aprenden el padrenuestro, pero no el Avemaría y preferirían llevar sobre sí una serpiente antes que un Rosario.
Entre los católicos, los que llevan el signo de la reprobación no se cuidan apenas del Rosario, son negligentes en rezarlo o lo rezan con fastidio y precipitadamente.

EL DIABLO, OBLIGADO POR LA VIRGEN, DIO EL SIGUIENTE TESTIMONIO VERAZ ACERCA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA Y DE SU SANTO ROSARIO:

Predicando Santo Domingo el Rosario, le llevaron un hereje albigense poseso; el Santo le exorcizó en presencia de una gran muchedumbre; se cree que le escuchaban más de doce mil hombres. Los demonios que poseían a este miserable estaban obligados a responder, a su pesar, a las preguntas del Santo, que les hizo decir:
Que eran quince mil los que había en el cuerpo de aquel miserable, porque había atacado los quince misterios del Rosario.
Que con el Rosario, que él predicaba, llevaba el terror y el espanto a todo el infierno, y que era el hombre que más odiaban en todo el mundo a causa de las almas que les quitaba con la devoción del Rosario.
Santo Domingo arrojó su Rosario al cuello del poseso y les preguntó a cuál de los santos del cielo temían más y cuál debía ser más amado y honrado por los hombres.
A esta pregunta prorrumpieron en gritos tan espantosos que la mayor parte del auditorio cayó en tierra sobrecogida de espanto. Entonces los espíritus malignos, para no responder, lloraban y se lamentaban de un modo tan lastimero y conmovedor que muchos de los asistentes, movidos por natural piedad, lloraban también. Los demonios decían por boca del poseso con voz lastimera: "¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño!"
El Santo, sin inmutarse por las dolientes palabras de estos desgraciados espíritus, les respondió que no cesaría de atormentarles hasta que hubieran respondido a la pregunta. Dijeron los demonios que contestarían, pero en secreto y al oído y no delante de todos. Insistió el Santo, ordenándoles que hablasen muy alto. Los diablos no quisieron decir palabra a pesar de la orden que les había dado.
Entonces el Santo, puesto de rodillas, hizo a la Santísima Virgen esta oración: "Oh excelentísima Virgen María, por la virtud de tu salterio y Rosario, ordena a estos enemigos del género humano que contesten a mi pregunta."
Entonces los diablos exclamaron: "Domingo, te rogamos, por la pasión de Jesucristo y por los méritos de su santa Madre y los de todos los santos, que nos permitas salir de este cuerpo sin decir nada, porque los ángeles cuando tú quieras te lo revelarán. Nosotros somos embusteros. ¿Por qué quieres creernos? No nos atormentes más, ten piedad de nosotros."
"Desgraciados sois" dice Santo Domingo, y, arrodillándose, dirigió esta oración a la Santísima Virgen: "Oh dignísima Madre de la Sabiduría,… te ruego para la salud de los fieles aquí presentes que obligues a estos tus enemigos a que abiertamente confiesen aquí la verdad completa y sincera”. Apenas había terminado esta oración, cuando vio cerca de él a la Santísima Virgen, rodeada de una multitud de ángeles, que con una varilla de oro que tenía en la mano golpeaba al endemoniado, diciéndole: "Contesta a la pregunta de mi servidor Domingo."  
Entonces los demonios comenzaron a gritar, diciendo: "¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados -a pesar nuestro- a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra humillación y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas! ¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.
Tened también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta -así la llamaban en su furia- no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión -obligados por la violencia que nos hacen- que nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos."
Entonces Santo Domingo hizo rezar el Rosario a todo el pueblo muy lenta y devotamente, y a cada avemaría que el santo y el pueblo rezaban -¡cosa sorprendente!- salían del cuerpo de este desgraciado una gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos. Y cuando salieron todos los demonios y el hereje se vio completamente libre, la Santísima Virgen dio, aunque invisiblemente, su bendición a todo el pueblo, que con ello experimentó sensiblemente gran alegría. Este milagro fue causa de la conversión de gran número de herejes, que incluso se inscribieron en la Cofradía del Santo Rosario.