Exhortación a los Mártites, de Tertuliano.

EXTRACTOS DE LA EXHORATACIÓN
DE TERTULIANO
A LOS CRISTIANOS INJUSTAMENTE ENCARCELADOS


Momento en que el P. Agustín Pro es fusilado (1927)
Gobernaba Méjico Plutarco Elías Calles, masón .


En primer lugar ¡Oh bendecidos de Dios! No contristéis al Espíritu Santo (Ef., IV, 3), que entró en la cárcel con vosotros; que si no hubiese entrado con vosotros, nunca la hubieseis podido aguantar.


Esforzaos, pues, para que no os abandone y así, desde ahí, os conduzca al Señor. 

En verdad la cárcel es también casa del demonio, donde encierra a sus familiares y seguidores; pero vosotros habéis entrado en ella para pisotearlo precisamente en su propia casa, después de haberlo maltratado afuera cuando se os perseguía.

¡Atentos! Que no vaya ahora a decir: "En mi casa están; los tentaré con rencillas y disgustos, provocando entre ellos desavenencias".

¡Que huya de vuestra presencia y escóndase deshecho e inutilizado en el infierno, como serpiente dominada y atontada por el humo! De modo que no le vaya tan bien en su reino que os pueda acometer, sino que os encuentre protegidos y armados de concordia, porque vuestra paz será su derrota.

Esta paz debéis custodiarla, acrecentarla y defenderla entre vosotros, para que podáis dársela a los que no la tienen con la Iglesia y suelen ir a suplicársela a los mártires encarcelados.

Los demás impedimentos y aun vuestros mismos parientes os han acompañado tan sólo hasta la puerta de la cárcel. En ese momento habéis sido segregados del mundo. ¡Cuánto más de sus cosas y afanes! ¡No os aflijáis por haber sido sacados del mundo!

Si con sinceridad reflexionamos que este mundo es una cárcel, fácilmente comprenderíamos que no habéis entrado en la cárcel sino que habéis salido. Porque mucho mayores son las tinieblas del mundo que entenebrecen la mente de los hombres. Más pesadas son sus cadenas, pues oprimen a las mismas almas. Más repugnante es la fetidez que exhala el mundo porque emana de la lujuria de los hombres. En fin, mayor número de reos encierra la cárcel del mundo, porque abarca todo el género humano amenazado no por el juicio del procónsul, sino por la justicia de Dios.

De semejante cárcel ¡Oh bendecidos de Dios! Fuisteis sacados, y ahora trasladados a esta otra que, si es oscura, os tiene a vosotros que sois luz; que, no obstante sus cadenas, sois libres delante de Dios; que, en medio de sus feos olores, sois perfume de suavidad. En ella un juez os espera a vosotros, a vosotros que juzgaréis a los mismos jueces.

Además, el espíritu gana en todo lo que es útil a la fe. Porque en la cárcel no ves dioses extraños, ni te topas con sus imágenes, ni te encuentras mezclado con sus celebraciones, ni eres castigado con la fetidez de sus sacrificios inmundos. En la cárcel no te alcanzará la gritería de los espectáculos, ni las atrocidades, ni el furor, ni la obscenidad de autores y espectadores. Tus ojos no chocarán con los sucios lugares de libertinaje público. En ella estás libre de escándalos, de ocasiones peligrosas, de insinuaciones malas y aun de la misma persecución.

La cárcel es para el cristiano lo que la soledad para los profetas (Mt., 1, 3, 4, 12 y 35). El mismo Señor frecuentaba los lugares solitarios para alejarse del mundo y entregarse más libremente a la oración (Lc., VI, 12); Y finalmente, fue en la soledad donde reveló a sus discípulos el esplendor de su gloria (Mt., XVII, 1-9).

Saquémosle el nombre de cárcel y llamémosle retiro. Puede el cuerpo estar encarcelado y la carne oprimida, pero para el espíritu todo está patente. ¡Sal, pues, con el alma! ¡Paséate con el espíritu, no por las umbrosas avenidas ni por los amplios pórticos, sino por aquella senda que conduce a Dios! ¡Cuantas veces la recorras, tantas menos estarás en la cárcel! ¡El cepo no puede dañar tu pie, cuando tu alma anda en el cielo!

Sea así ¡Oh amados de Dios! que la cárcel resulte también molesta para los cristianos. Pero, ¿no hemos sido llamados al ejército del Dios vivo y en el bautismo no hemos jurado fidelidad? El soldado no va a la guerra para deleitarse; ni sale de confortable aposento, sino de ligeras y estrechas tiendas de campaña, donde toda dureza, incomodidad y malestar tienen asiento. Y aun durante la paz debe aprender a sufrir la guerra marchando con todas sus armas, corriendo por el campamento, cavando trincheras y soportando la carga de los ejercicios. Todo lo prueban con esfuerzo para que después no desfallezcan los cuerpos ni los ánimos: de la sombra al sol, del calor al frío, de la túnica a la armadura, del silencio al griterío, del descanso al estrépito. Así pues, vosotros ¡Oh amados de Dios! Todo cuanto aquí os resulta dañoso tomadlo como entrenamiento, tanto del alma como del cuerpo. Pues recia lucha tendréis que aguantar.

Vuestro instructor es Cristo Jesús, el cual os ungió con su espíritu. Él es quien os condujo a este combate y quiere, antes del día de la pelea, someteros a un duro entrenamiento, sacándoos de las comodidades, para que vuestras fuerzas estén a la altura de la prueba. Por esto mismo, para que aumenten sus fuerzas, a los atletas se los pone también aparte, y se los aleja de los placeres sensuales, de las comidas delicadas y de las bebidas enervantes. Los violentan, los mortifican y los fatigan porque cuanto más se hubieran ejercitado, tanto más seguros estarán de la victoria. Y éstos -según el Apóstol- lo hacen para conseguir una corona perecedera, mientras que vosotros para alcanzar una eterna (1 Co. IX, 25).

Tomemos, pues, la cárcel como si fuera una palestra; de donde, bien ejercitados por todas sus incomodidades, podamos salir para ir al tribunal como a un estadio.